OPINIÓN
18 de febrero de 2024
La Cultura como Campo de Batalla: Perspectivas Opuestas
Por Cristian Ferreyra
El enfrentamiento mediático entre el presidente Javier Milei y la cantante Lali Espósito no solo ha sido un episodio aislado en la arena política argentina, sino que ha puesto de manifiesto la profunda discrepancia ideológica en cuanto al papel y la importancia de la cultura en nuestra sociedad. Este choque de perspectivas, lejos de ser una simple disputa entre dos figuras, revela dos visiones antagónicas sobre el rol de la cultura en la construcción del país.
Por un lado, encontramos la postura del gobierno actual, representada por Milei, que tiende a menospreciar y desacreditar la labor artística y cultural. Esta visión ve a la cultura como un lujo prescindible, una amenaza ideológica y un gasto innecesario para las arcas públicas. Milei, en su respuesta a los comentarios de Lali Espósito, no solo descalificó sus opiniones sino que también denigró su participación en eventos culturales como el Cosquín Rock, minimizando así la importancia de estos espacios de expresión y encuentro para la sociedad.
Por otro lado, se encuentra la postura de Lali Espósito y aquellos que la respaldan, quienes defienden la cultura como un pilar fundamental de la sociedad. Para ellos, la cultura no solo es una forma de entretenimiento, sino también un medio de expresión, resistencia y construcción de identidad.
Este enfrentamiento no es solo una discusión sobre opiniones políticas, sino que trasciende hacia un debate más profundo sobre los valores y principios que queremos que guíen nuestra sociedad. ¿Es la cultura un bien prescindible o es un derecho humano fundamental? ¿Debe el Estado intervenir en su promoción y protección o debe dejarla en manos del mercado? Estas preguntas, lejos de ser retóricas, son el corazón de la disputa entre Milei y Espósito.
En este contexto, es crucial recordar que la cultura no es un campo neutro, sino que está intrínsecamente ligada a las dinámicas de poder y las luchas sociales. Defender la cultura es, en última instancia, defender la democracia y los derechos humanos. En un momento en el que los ataques a la diversidad y la libertad de expresión están en aumento en todo el mundo, es más importante que nunca la unión para proteger y promover la cultura en todas sus formas.
En última instancia, la cultura no debería ser un campo de batalla, sino un espacio de encuentro, diálogo y enriquecimiento mutuo. La cultura no solo nos permite explorar nuestra identidad y nuestras raíces, sino que también nos conecta con otras formas de pensar y sentir, fomentando el respeto, la empatía y la tolerancia.
Es necesario que las autoridades comprendan que la cultura no es un gasto superfluo, sino una inversión en el desarrollo humano y social. Promover el acceso igualitario a la cultura, apoyar a los artistas y creadores, y garantizar la libertad de expresión son responsabilidades fundamentales del Estado en una sociedad democrática y plural.
Esta disputa nos recuerda que la cultura no puede ser instrumentalizada ni manipulada con fines políticos. Los artistas y creadores tienen el derecho y la responsabilidad de expresar sus opiniones y sus visiones del mundo sin temor a represalias o censura. La diversidad de perspectivas enriquece nuestro tejido cultural y fortalece nuestra democracia.
En última instancia, la cultura como campo de batalla sólo puede conducir a la división y al conflicto. Es hora de que dejemos de lado las diferencias políticas y nos unamos en defensa de la cultura como un derecho fundamental de todos los ciudadanos. Solo así podremos construir una sociedad más justa, inclusiva y democrática, donde el arte y la creatividad sean valorados y celebrados como pilares de nuestra identidad nacional.